ESTUDIO SOBRE LA INCIDENCIA DEL SINDROME DE BURNOUT ENTRE LOS TRABAJADORES SOCIALES DE LA PROVINCIA DE CUENCA Y LA SUPERVISIÓN DE APOYO COMO MÉTODO PREVENTIVO


En una profesión basada en la relación de ayuda, donde las capacidades y aptitudes del profesional se consideran las principales herramientas de la intervención social, parece evidente que el esfuerzo de las instituciones se destine a cuidar estos recursos personales, facilitando los soportes necesarios para mejorar su formación y capacidades, y reducir los factores de riesgo que puedan afectar a su estado emocional, cognitivo, fisiológico y de comportamiento.
En el estudio diagnóstico llevado a cabo en 2013 con los profesionales de Servicios Sociales de Atención Primaria de la provincia de Cuenca, se detectaron importantes indicadores de riesgo del Síndrome de Burnout; lo que sugería la necesidad de intervenir sobre los factores que los ocasionan para evitar que los trabajadores sociales sufran desgaste profesional, aumentando así su motivación hacia las funciones desempeñadas y recuperándolos como principal recurso de la institución.

Carmina Puig (2009; 25), definió la supervisión como “el proceso que suele desarrollarse y aplicarse tanto en el ejercicio profesional como en la formación académica o continuada, y que tiene como objetivo reflexionar y revisar sobre el quehacer profesional y los sentimientos que acompañan la actividad, así como contrastar los marcos teóricos y conceptuales con la práctica cotidiana”.

 La concepción clásica de la supervisión, distingue tres tipologías de supervisión, en base a las funciones que desempeñe. En su función de apoyo, persigue ofrecer el soporte adecuado a los profesionales supervisados, contribuyendo a la resolución de conflictos, tensiones y dificultades que se presentan en el ejercicio de su trabajo. La solicitud de supervisión ha de partir del propio profesional, y ha de llevarse a cabo por un profesional especialista, externo a la organización. A través de este tipo de supervisión, se ofrece al profesional apoyo a nivel emocional y psicológico,
potenciando sus capacidades personales, motivándole en la realización del desempeño profesional, y ayudándole a reducir los factores de riesgo que influyen en la generación de estrés y conflicto en el desempeño de su tarea cotidiana, y que pueden llegar a afectarle a nivel profesional, personal y social, sufriendo el conocido como Síndrome de Burnout o Síndrome del Profesional Quemado.

El Síndrome de Burnout, fue descrito por primera vez en 1974 por un psiquiatra norteamericano, Herbert Freudenberger. Tal y como señala Facal-Fondo (2011), la relación entre Burnout y Trabajo Social se remonta a los orígenes del concepto y del interés por su estudio.

Tonon (2003), señala que el Síndrome de Burnout ha sido definido como una respuesta a la estresante situación laboral crónica que se produce principalmente en las profesiones que se centran en la prestación de servicios. En estas, se espera que los profesionales no asuman los problemas de las personas que atienden, pero muestren interés y una cierta implicación emocional al respecto; atendiendo de forma simultánea las exigencias de las personas y las de la organización en la cual trabajan.

 Maslach y Jackson (1981, 1986) señalan que el Burnout es un síndrome que afecta a tres dimensiones básicas: el agotamiento emocional; la despersonalización que comprende la respuesta impersonal y la falta de sentimientos por los sujetos atendidos; y la realización personal en el trabajo referida a los sentimientos de competencia y realización en la tarea laboral que se desempeña cotidianamente.

Simultáneamente, lo que le ocurre al profesional, señala Tonon (2003), también le afecta a las personas que atiende, generándose así una disminución de la calidad y la eficiencia en la prestación del servicio.

Señala Lázaro (2004), que los escenarios actuales del Trabajo Social condicionados por el debilitamiento del Estado de Bienestar y la creciente globalización, conlleva un aumento de la presión ejercida sobre los trabajadores sociales que se ven envueltos entre las exigencias de las organizaciones, las demandas de los ciudadanos y sus valores y principios profesionales, contribuyendo a la aparición del Burnout; observándose una defensa al alza de diversos autores sobre cómo la supervisión permite prestar apoyo emocional y aporta la formación específica que cada trabajador social requiere para la realización de su tarea.

Por todo ello, resultaba interesante conocer la incidencia del Síndrome entre los profesionales de Servicios Sociales de Atención Primaria de la provincia de Cuenca.
Y para ello, se hizo uso del principal instrumento de evaluación del Síndrome; el cuestionario MBI (Maslach Burnout Inventory), desarrollado por Maslach y Jackson (1981, 1986).

Con la colaboración del Servicio de Promoción Social y Voluntariado de los Servicios Periféricos de Cuenca de la Consejería de Sanidad y Asuntos Sociales de la JCCM, se facilitó el MBI a los 60 profesionales en activo en ese momento.

Señalar que, en los cuestionarios se incluyeron dos preguntas de control para conocer la situación laboral y la experiencia profesional, con el fin de conocer el perfil de la muestra. Así mismo, se observaba interesante conocer si la situación laboral afectaba a nivel emocional, por lo que se incluyó una pregunta al respecto.
Puesto que el objetivo de este estudio era valorar la necesidad de incluir prácticas de supervisión entre los profesionales; se incluyeron también tres preguntas destinadas a conocer la valoración de los profesionales sobre cómo las prácticas de supervisión de apoyo les podría ayudar a mejorar sus intervenciones, así como a prevenir el Síndrome.
Finalmente, se contó con una muestra representativa de 33 profesionales.

Del análisis de datos obtenidos, se observó que en todos los profesionales existen indicadores de existencia de Burnout. Un 18% de los trabajadores sociales presentan altos índices de Burnout y un 82% alcanzan valores intermedios de Burnout.
 Así mismo, de los 33 profesionales de la muestra, tan solo 2 presentan altos índices de realización personal, es decir; sólo un 6% presenta sentimientos positivos de autoeficacia y realización personal en el trabajo; frente al 49% que no se sienten realizados profesionalmente y el 45% que se muestra en valores intermedios.

Respecto al agotamiento emocional, señalar que los valores se invierten, recogiéndose que sólo un 18% de profesionales se encuentran agotados, frente al 42% que presentan bajos sentimientos de agotamiento y el 39% que se sitúan en valores intermedios.
Si bien, cuando lo que se mide es el agotamiento emocional derivado de la situación laboral (referida a los sentimientos originados por la temporalidad, interinidad, amortizaciones de plazas, falta de instrucciones y directrices para la realización del trabajo, etc.), se recoge que el 58% de los profesionales se encuentran agotados.

Destacable es la mayor incidencia de este fenómeno entre los profesionales interinos, entre los cuales asciende a un 47%. Los valores de agotamiento aumentan entre los profesionales cuya experiencia profesional es de 10 años o menos.
Señalar que del 42% de los profesionales que manifiestan no sentirse agotados por la situación laboral, un 54% pertenece al colectivo de funcionarios de carrera

Respecto al reconocimiento por parte de los profesionales de actitudes de frialdad y distanciamiento recogidos en la variable referida a la despersonalización del MBI, un 56% de profesionales no reconocen dichas actitudes, frente al 19% que presenta una fuerte despersonalización, y el 25% que se sitúa en valores intermedios.

Por último, y en referencia a la valoración de los profesionales sobre cómo la realización de prácticas de supervisión de apoyo pueden influir sobre la calidad en sus intervenciones y la prevención de enfermedades profesionales, se recoge que: el 97% de los profesionales valora que incluir dichas dinámicas puede prevenir sentimientos de agotamiento y desmotivación y mejorar su intervención profesional. A su vez, el 100% de los profesionales encuestados estaría interesado en recibir supervisión de apoyo.

De los datos estadísticos recogidos, se estableció la existencia de importantes indicadores de riesgo psicosocial sobre la salud profesional de los trabajadores sociales de atención primaria de la provincia de Cuenca, existiendo incluso profesionales que ya se encontraban en situación de queme profesional, por lo que la intervención sobre estos profesionales se observa necesaria y urgente.
Asimismo, se deduce que la situación laboral de los profesionales, y las dinámicas propias de la organización, provocan sentimientos de preocupación, inestabilidad y agotamiento entre los profesionales, así como desmotivación hacia la tarea y ausencia de realización profesional.
Si bien, resulta interesante que pese a todo ello, los profesionales no muestran sentimientos de frialdad y distanciamiento hacia la tarea realizada, por lo que se valora la capacidad del colectivo profesional para llevar a cabo sus funciones a pesar de las dificultades personales a las que se enfrentan.

Por todo ello, así como por la propia demanda de los profesionales sobre la necesidad de recibir apoyo para invertir la situación; se valoró la necesidad de crear un recurso de apoyo a los profesionales a través del uso de la supervisión de apoyo, para reducir la incidencia de queme profesional entre nuestros profesionales de servicios sociales, aumentar su motivación, recuperarlos como principal recurso de la organización y favorecer la calidad en las intervenciones, lo que sin duda conlleva la mejora en la situación social de la población a quien se destinan los servicios.

Incidir en el creciente interés que ha surgido en los últimos años por la supervisión de apoyo a profesionales en nuestro país, lo que se ha visto reflejado en las diferentes leyes de Servicios Sociales denominadas “de última generación”, en las cuales se recoge el derecho a la formación de los profesionales de servicios sociales y la obligación de los poderes públicos competentes de facilitar la misma, potenciando los conocimientos, capacidades y aptitudes de los profesionales, con el objeto de mejorar la calidad, la eficiencia y la eficacia de la atención social prestada a la ciudadanía.
Si bien, a pesar del notable desarrollo de la supervisión en nuestro país en los últimos años, todavía existen ciertas resistencias de los profesionales a la práctica individual de la supervisión, debido al desconocimiento sobre la misma, y a la asimilación errónea de la supervisión como práctica de control por parte de las instituciones.

No obstante, el estudio realizado es una clara muestra de la necesidad de incluir la supervisión en las
organizaciones como un proceso dinámico, de reflexión y análisis sobre la intervención social, facilitando un aprendizaje que mejore las aptitudes del profesional, previniendo enfermedades profesionales y favoreciendo la prestación de servicios sociales de calidad dentro de las organizaciones en las que el trabajador social lleva a cabo su labor profesional.

En un momento como el actual, en el que las restricciones presupuestarias hacen que los profesionales de la acción social emerjan con más valor, si cabe, presentándose como el principal recurso de las instituciones; se hace imprescindible el cuidado y apoyo de los profesionales, convirtiendo la crisis en una oportunidad para la formación y el bienestar de los trabajadores sociales.


Mayo, 2014. Carolina Jiménez Muñoz


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